De
repente un día despierto del sueño, ¡es hora de trabajar! Toca
desempolvar viejos apuntes, leer, recordar, buscar herramientas y
otros medios que me ayuden a preparar los talleres.
Mi
planificación es clara y estructurada, en cambio se complica de
manera inexplicable, ¿qué sucede? Quizá lo que antes eran personas
con síndrome de down, hoy tienen nombres y apellidos y, no solo eso,
también unas características físicas y personalidad propias, en
función de la herencia recibida de sus padres y del ambiente en que
se desarrolle, en definitiva, como todo el mundo. De este modo se
rompe el estándar en el que, ni todos son igual de cariñosos, ni
felices o les gusta la música. Como suelo decir, al final cada uno
es “de su padre y de su madre” y es más probable que se
parezca a uno de ellos, o a un hermano suyo, que a otra persona con
síndrome de down.
Tampoco
existen grados
de afectación, es
decir, el
síndrome de down se tiene o no se tiene, la diferencia radica en el
grado de coeficiente intelectual, por lo que entra en juego la
estimulación recibida.
Reforzar
ciertas habilidades para la vida nos viene bien a todos, pero cuando
estás metido en el ajo y tu propósito real es que sumen logros,
autonomía y en consecuencia, bienestar, solo piensas en su necesidad
individual, una expectativa algo ambiciosa por los recursos
limitados, pero también alcanzable en muchas ocasiones. Además te
encuentras con problemas de otra índole: auditivo, visual, del
lenguaje u otras patologías
asociadas como
la presencia de un problema
cardíaco,
tiroideo, neurológico..., barreras
que entorpecen
su desarrollo a todos los niveles y
dificultan aún más el proceso de aprendizaje
que, como educador toca minimizar sus efectos. Lejos de frustrarme,
ya comprendo la dificultad de la cosa..., toca adaptar toda la
planificación al grupo con el que voy a trabajar.
El
aprendizaje humano es una habilidad mental. Se puede profundizar en
este proceso, sus teorías, tipos, estilos o dificultades, lo cierto
es que todos somos susceptibles a dichos factores. Por su parte, las
personas con síndrome de down requieren de las adaptaciones
necesarias que faciliten este proceso y les ayuden a comprender y
asociar conceptos que los demás tenemos la capacidad para hacerlo
automáticamente.
A
los niños pequeños les enseñan recursos que el día de mañana
utilizarán para solucionar los problemas de la vida. A las personas
con síndrome de down les enseñamos como aplicar esos recursos para
solucionar los problemas de la vida.
Ahora bien... ¿cómo enseñar habilidades sociales, cuando ya de inicio te encuentras con graves problemas de comunicación?, ¿cómo favorecer la responsabilidad que implica el ser adulto si se lo damos todo hecho?, ¿cómo mejorar su autonomía si no les ofrecemos oportunidades reales?, ¿cómo exigir una reacción adecuada si no les proporcionamos recursos adecuados? Estas cuestiones y muchas más son las que el educador se plantea antes de desarrollar su proyecto de intervención, sabiendo que detrás de esos ojos achinados y espontánea sonrisa, todos somos diferentes.
Toca reinventarse, empezar a proyectar de nuevo...